LA HISTORIA DEL PILARENSE QUE PINTÓ EL PUENTE COLGANTE DE SANTA FE

Fue su primer trabajo en obra y altura, donde dejó su apellido marcado y además un objetivo preciado que nunca más pudo recuperar. Conocé la historia de cuando Claudio El Cabe Garnero pintó el Puente Colgante.

LOCALES 28/09/2023

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Sabrán que nos encanta rescatar historias de pilarenses y sus hitos o hechos destacados. Siempre aparece ante nuestros ojos u oídos una nueva de esas que te sorprenden, y que estaban ahí servidas para que alguien les saque el polvillo y las vuelva a resurgir. 

Ésta en particular, vale la pena aclarar, fue recabada por completa por periodistas del Diario El Litoral esta semana, luego de que el protagonista principal se comunicara con ellos para contarla. 

Y la misma dice así;

Claudio Garnero es un esperancino (Que para muchos de sus familiares y amigos sigue siendo pilarense, aunque ahora reside en Laguna Paiva) de 44 años a quien hace poco más de dos décadas la historia le dio un protagonismo inesperado: con sus manos pintó el Puente Colgante de Santa Fe. En un trabajo que le demandó unos dos años previos a la reinauguración de la majestuosa obra de ingeniería en 2002, el pintor de obra se ocupó de llevar cada pieza de hierro del antiguo gris metalizado al actual rojizo terracota.

En unan nota con El Litoral Claudio se presentaba así: “Hola, me llamo Claudio, soy el que pintó el Puente Colgante hace 20 años”

“Yo había comenzado a trabajar para una empresa contratada por la Provincia para pintar el puente”, recuerda hoy el pintor industrial, que por entonces tenía apenas 24 años y recién comenzaba con su oficio al combate de la corrosión. Y la prueba que le deparaba el destino iba a ser una de las más recordadas en su vida, junto a otra: los trabajos de pintura que hizo en el otro gran puente de Santa Fe, el Rosario-Victoria.

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En las alturas

La empresa que lo contrató para pintar el Colgante era de Buenos Aires. “Tuve que aprender sobre la marcha, ahí, colgado sobre una silleta, esa fue mi primera gran experiencia en altura», admite Claudio, y recuerda aquellos «días de fuertes vientos en los que me daba vértigo y tenía que meterme adentro de las antenas hasta recuperarme, para seguir pintando”.

Ese color rojizo terracota fue una elección de la Comisión de Defensa del Patrimonio Histórico y Cultural, junto con Cultura de la Provincia y de la Municipalidad. No fue arbitraria. Responde al resultado de un debate con la posterior elaboración un informe en el que constan las justificaciones arquitectónicas para que no haya más de un color sobre la estructura. “La idea era que no se noten los manchones de óxido”, simplificaba Claudio, en diálogo con El Litoral años atrás, “porque el antiguo color gris dejaba a la vista ese óxido”, dice.

Para los que peinan canas y todavía conservan el recuerdo del antiguo Puente Colgante que se llevó la inundación de 1983, el paso de aquel tono gris al actual terracota fue resistido, producto quizá de la misma naturaleza humana ante los cambios. Lo mismo ocurrió con las luces led que lo tiñen de distintos colores por las noches. Mientras que para los más jóvenes es natural ver ese color terracota y los juegos de luces sobre la mega estructura de hierro que se erige en la desembocadura de la laguna Setúbal, con sus dos grandes antenas y sus cables tensores como brazos que sostienen el tablero por donde se transita.

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Ese color terracota se llama ‘Rojo Candioti’ (el nombre del puente es “Ing. Marcial Candioti”) y fue elaborado especialmente por la marca Sherwin-Williams a pedido de los especialistas encargados de la restauración”, menciona el pintor. “En la casa de mi madre todavía conservo un tarro con el sello”, confiesa con nostalgia. Lo que no conserva Claudio es su anillo de boda. “Hacía poco que me había casado, el joyero me lo había fabricado un poco más grande, me dijo que lo hacía porque después iba a engordar, pero nunca engordé (risas) y una tarde pintando ahí arriba se me cayó al río”, cuenta y vuelve a sonreír.

“Aquel día estaba en la punta de la antena subiendo con una soga la máscara para arenar cuando se me cayó el anillo y me quedé mirando cómo se perdía bajo el agua, describe como si fuese hoy”.

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“Así que debe estar sumergido al pie del puente, igual que la infinidad de herramientas y piezas que se fueron al agua durante la construcción”, recuerda.

Junto a Claudio Garnero trabajaron dos ayudantes. Pero todas las tareas de pintura pasaron -en su mayoría- por sus manos. Fue él quien, a fuerza de soplete, con una mano sobre la cuerda para equilibrarse y con la otra gatillando para expandir el color sobre la superficie, convirtió con paciencia el gris en terracota. “Yo pinté casi todo, digamos que todo», refuerza. “A la antena nueva le di una primera mano de fondo en tierra y luego ya emplazada”, cuenta. “Y en el obrador montado en el predio de la Estación Belgrano arené los caños de agua que cuelgan por debajo y las barandas, les daba un fondo y una vez emplazados les daba el color

Dos secretos

La estructura del Puente Colgante conserva dos secretos “en clave”. Uno fue descubierto por Claudio, hace 20 años, cuando lo pintó. “Cuando estaba arenando la punta de la antena más vieja, la que no colapsó, descubrí un nombre en alemán y la fecha ‘1925’, tallados con un cortafierro sobre el hierro. Debe haber sido la huella de uno de los obreros que trabajó en la construcción del antiguo puente”, piensa el pintor.

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Cabe recordar que el Colgante comenzó a construirse a principios del siglo pasado y fue inaugurado en 1928. Los trabajos de construcción de los pilares de soporte estuvieron a cargo del ingeniero Alberto Monís, mientras que la estructura metálica fue adjudicada a una sociedad francesa de empresas, compuesta por la Societé des Chantiers et Ateliers y la M. G. Leinekugel le Cocq, ambas con base de operaciones en Gironda, Francia.

El otro secreto que en este preciso momento ya no es tal le pertenece. “Cuando pinté de terracota todo el puente dejé mi sello secreto. Por debajo del tablero, atrás de los caños de agua, sobre el cemento, en un rinconcito de una de las cabeceras pinté con un rodillo “Garnero” (su apellido), confiesa orgulloso de su obra el pintor. “No sé si todavía estará porque nunca pasé por debajo del puente”.

Mantenimiento

“Un puente así debe ser pintado aproximadamente cada diez años”, dice Garnero. Ya pasaron dos décadas y a la vista parece intacto. “Fue un gran trabajo”, agrega.

-¿A dónde aprendió el oficio de pintar en la altura?

-En el Puente Colgante -sonríe-. Fue mi primer trabajo. Después pinté el Rosario-Victoria. Y en la actualidad pinto tanques de petróleo, entre otras cosas.

-¿Cómo se combate el temor a las alturas?

-Los primeros días tenía un miedo bárbaro. Pero después se me pasó. Al final de la obra ya sentía que estaba sobre una hamaca, ya no tenía más miedo. Pero me quedó el vértigo de los días de mucho viento.

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Al cierre de esta nota, podemos agregar que Claudio hace más de 20 años decidió mudarse a Esperanza, donde actualmente está la empresa donde trabaja y desde donde viaja a diferentes partes del país para realizar obras en pintura sobre tanques.

Es hijo de José María Garnero, (de ahí la pasión y el oficio por la pintura de obras) y de Ana Vivas, quienes aún viven en nuestra localidad y reciben su visita regularmente, como también la reciben sus compañeros de la promo 90 de 7mo grado del Colegio Santa Marta. Tiene una hija de 24 años y un nieto que se llama Felipe de 3 años.

Esta nota la subimos a finales de 2021 y la actualizamos hoy 28/9/2023 al cumplirse 40 años de la caída del viejo puente allá por 1983. 

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Fuente y fotos Diario el Litoral, agregados Info Mercury



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