EL HOMBRE QUE PLANEÓ SU PROPIA MUERTE Y DESCANSA EN SU OBRA MAESTRA

El sereno de Recoleta ahorró durante años para su tumba y encargó una escultura con la fecha de su muerte… que él mismo cumplió.

CURIOSIDADES, CIENCIA Y TECNOLOGÍA03/03/2025EditorialEditorial

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A lo largo de su historia, el Cementerio de la Recoleta ha sido testigo de innumerables relatos de amor, tragedia y misterio. Pero pocos tan extraños como el de David Alleno, un humilde trabajador que dedicó su vida entera al cuidado de este icónico camposanto y que, en un giro de destino casi macabro, terminó cumpliendo a rajatabla la fecha de muerte grabada en su propia lápida.  

En 1881, con solo 15 años, Alleno comenzó a trabajar en la Recoleta como cuidador y sereno, funciones que desempeñaba de día y de noche, viviendo prácticamente entre las tumbas. De familia de inmigrantes trabajadores, su rutina no era sencilla: entre semana se encargaba del mantenimiento del cementerio, y los sábados ayudaba a su hermano Juan a construir bóvedas. Los domingos los pasaba allí mismo, descansando y tomando mate entre los mausoleos.  

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Con el tiempo, David ahorró lo suficiente para asegurar su propio descanso eterno. Conmovido por su amor al cementerio, su hermano le ofreció construir una bóveda para ambos, modesta pero suficiente. La idea entusiasmó tanto a David que, en 1909, viajó a Génova para encargarle una lápida artística al renombrado escultor Achille Canessa.

Quería ser inmortalizado en piedra con los elementos de su oficio: un sombrero, un pañuelo al cuello, una escoba, una regadera y un manojo de llaves.  

Tres meses después, la obra llegó a Buenos Aires. Fue entonces cuando un detalle perturbador llamó la atención: en la inscripción figuraba “David Alleno, cuidador en este cementerio del 1881 al 1910”. Pero el año aún era 1910.  

Poco después, David sorprendió a todos al presentar su renuncia tras casi 30 años de servicio. Ni sus superiores ni las familias que lo apreciaban lograron disuadirlo. Regresó a su casa, sirvió un vaso de chianti, cortó un trozo de panettone y, tras un último suspiro, sacó de una caja de madera una pistola Glisenti heredada de su padre. Con un único cartucho, apoyó el arma en su sien y disparó.  

Murió al instante, todavía sosteniendo el panettone en su mano derecha. Nunca dejó una carta explicando su decisión, y sin esposa ni hijos, nadie pudo esclarecer el motivo de su trágico final.  

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Hoy, su escultura sigue en pie en la Recoleta. En ella, David Alleno aparece joven, con la edad en la que comenzó su labor. Su hermano Juan también está allí, inmortalizado en el busto que corona la bóveda. Ambos, solos en vida, descansan ahora juntos en la eternidad.

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