CUANDO PILAR FUE EL PUEBLO DE LOS PIANOS

Hace unos 34 años, llegaba a Pilar un grupo de periodistas y fotógrafos con el fin de realizar uno de los 100 fascículos papel de HISTORIAS DE LA ARGENTINA SECRETA. Justo 6 años antes del cierre definitivo de la Primer Fábrica de Pianos de Sudamérica.

LOCALES 19/04/2020 iNFO Mercury / Historias de la Argentina Secreta

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No eran tiempos fáciles aquellos. Cuando cerró el molino harinero los más imaginativos enfrentaron el futuro con decisión. Todo comenzó cuando el pueblo se quedó sin fuentes de trabajo. Entonces el cura párroco, el maestro y algunos vecinos convencieron a un artesano santafesino para que se radicara en Pilar. La existencia de la fábrica de pianos permitió que la pueblo creciera y que la mano de obra quedara en el lugar, trabajando. 

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Son las cuatro de la tarde de un miércoles. Afuera el día es hermoso, pero no lo es menos en el interior de la fábrica de pianos «La Primera», en Pilar, provincia de Santa Fe. Juan Carlos Kinzel está tratando de armonizar los sonidos en uno de los instrumentos y de golpe, como al descuido, lanza una observación que colorea la tarde: «Esto de afinar un piano tiene sus bemoles», dice, y sigue ajustándole las clavijas a cada cuerda. Como el afinador Kinzel, los otros operarios, técnicos y administrativos de la única fábrica de pianos que tiene el país no parecen sufrir a causa de la crisis que amenaza al oficio, ya que «La Primera» es también la última fábrica de pianos del país. 

Esto ocurre quizá por lo apasionante del trabajo, o tal vez por el apoyo de la comunidad donde viven: los habitantes de Pilar consideran con orgullo la existencia de esta industria, de la cual muchos son accionistas desde la primera hora. En realidad, resulta difícil separar ambas historias, la del pueblo y su fábrica, entrelazadas por una laboriosa red de mutuas justificaciones. Algunas particularidades de Pilar podrán explicar la existencia de «La Primera», así como ésta, a su vez,otorga una personalidad definida a este pueblo del oeste santafesino. 

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No menos atractivo que el devenir de estas relaciones es comprobar que la imaginación colectiva es capaz de atemperar los rigores de una etapa crítica, pero también que los hombres pueden ser felices con su trabajo cuando éste es capaz de proporcionar placer a quienes lo ejecutan. Hay, entonces, tres aconteceres bien «afinados» en esta feliz experiencia: el de los carpinteros que fabrican pianos, el de la madera que se hace música y el de un pueblo que no quiere que los nubarrones le tapen el sol de todos los días. Y esto no es retórica. 

La música de esta parte. 

Pilar queda a 63 kilómetros de Santa Fe, no lejos de Rafaela ni demasiado distante de la localidad cordobesa de San Francisco. En 1939 este lugar produjo un movimiento de participación popular que hoy merece recordarse. En esos días el párroco Venancio Cruz —un cura simpático y hablador— se unió con el maestro Máximo Manetti -director de la escuela primaria— para organizar una comisión de vecinos y crear una fuente de trabajo. 

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El objetivo era retener en la zona a la mano de obra y evitar así el éxodo y el desarraigo, dos lacras tristemente comunes en el interior del país. La clausura del molino harinero «Estela», la crisis de los años treinta-más y mejor conocidos como La década infame y el cierre de los talleres ferroviarios de Pilar, sumió a muchos en la desocupa
ción, y, por lo tanto, en la siempre triste alternativa de optar por abandonar el pueblo natal. 

Fue entonces cuando el sacerdote y el maestro junto con Antonio Tavernier, propietario de un almacén de ramos generales, convocaron a los vecinos y unieron ánimos y capitales para inaugurar en Pilar una industria. 
Una fábrica. Algo que retuviera a la gente y le diera de qué vivir y en qué muchos crecieron en el taller de carpintería. 

El encordador Rubén Ebel lleva 34 años en la empresa. Aún hoy encara sus tareas con el entusiasmo del primer día, como si se tratara de un asunto personal. Cada piano terminado lleva incorporado algo suyo.  Pasaron los años y la fábrica de pianos siguió siendo la industria más importante de Pilar. Manuel Feijóo, su gerente, se ocupó de que la crisis no afectara a los artesanos: «Hicimos de todo para subsistir: perchas, y muebles», recuerda con orgullo. 

Primero intentaron fundar una fábrica de cosechadoras pero no lograron ponerse de acuerdo acerca de quién sería su director técnico. Finalmente descubrieron en Santa Fe a un ignoto artesano que fabricaba pianos. 
Se llamaba José María Alcayde. La suscripción popular de acciones fue un éxito, y la primera fábrica de pianos del país se instaló en Pilar. Así, los gringos y los criollos, los artesanos y los desocupados, comenzaron a trabajar en una industria donde aún hoy y en medio de una crisis tan profunda como aquella que golpeó al país durante los años treinta, se sigue debatiendo el futuro. 

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Y el futuro es algo que justamente preocupa a Manuel Feijóo, gerente de la empresa: «Año a año nos vamos sacrificando más en la producción, en los elementos que tenemos. En esta fábrica, hace casi treinta años atrás se hacían 110 pianos mensuales. Pero allá en el ochenta comenzamos a bajar la producción ya que no había casi ventas: la gente de la república había perdido su poder adquisitivo. Y así desde que el piano dejó de unir a las familias, las fábricas argentinas cerraron. Solamente una -ésta-, perduró. 

Tres etapas del largo, complicado proceso de construcción de un piano. Cada tarea exige anos de especialización. ¿Adonde podría ir a trabajar un encordador con treinta años de oficio? Llegamos a esta época donde cada vez las ventas son menores. Hace ocho meses que no se vende un piano en una casa de música. Nos mantenemos con un plan de ahorro para vender el piano en cuarenta cuotas mensuales. Mientras tanto, hacemos otras cosas como taburetes. banquetas o juegos de living. Pero hemos bajado otra vez la producción de pianos, que ahora anda apenas en los veintidós o veintitrés mensuales». 

No existe en el país una industria como ésta: un lugar en el cual, durante años se haya traspasado esta artesanía de padres a hijos, de manos a manos. Un lugar donde, además del trabajo, se comparte la vida misma. Y donde todos luchan para que el trabajo permanezca, como el carpintero Norberto Proni quien se interroga  acerca de los rotativos de la decadencia. «Antes, recuerda, la gente compraba el piano para unir a la familia, que escuchaba a uno o varios de sus hijos. Pero ahora han acaparado otros instrumentos, como el órgano electrónico, y la juventud se vuelca para todo lo que es mecanizado: ya no existe la misma habilidad que antes. 

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Pero tenemos que luchar, al menos yo lucho, para que esto siga adelante. Pongo todo mi esfuerzo en la fábrica, 
que viene a ser mi segundo hogar, ya que estoy aquí desde hace 37 años. Creo que esto debe seguir y que el país debe cambiar, para que esto también vuelva a florecer». 

Y José Imseng. desde su banco de carpintero, también se alarma comparando producción y personal de antaño con los de ahora: «Cuando comencé aquí se hacían 107 ó 110 pianos por mes y había 230 obreros. Hoy no sé si llegaremos a setenta». 

Para quienes suponen que la crisis argentina es una crisis de fe en el país y sus habitantes, los operarios de la fábrica de pianos de Pilar señalan que el espíritu de José María Alcayde y del primer directorio sigue inspirando sus tareas cotidianas. Que el libro de visitas, un tesoro que conservan con orgullo, les obliga a conservar las ganas de luchar. Que los elogios firmados por Lucio Demaro, los hermanos Abalos, el príncipe Kalender, Feliciano Brunelli o la poetisa Gabriela Mistral entre otros, los siguen comprometiendo como el primer día. 

Y aunque muchos se pregunten si es posible que los argentinos sigamos manteniendo una industria de estas características, ellos saben la respuesta: creen que si, con el mismo entusiasmo y la misma fuerza que funcionaron como verdaderos gestores de esta peculiar empresa. 

Una familia de obreros. 

En el corazón mismo de la fábrica de pianos de Pilar, la operarla María del Carmen Bozzone arma una de las delicadas piezas del instrumento. Hace muchos años que desempeña esta tarea. Junto a Cecilia Martínez, quien reviste de tela cada una de las perforaciones que hace una compañera de trabajo, ven pasar el tiempo y lo valoran según los vaivenes de la curiosa sucesión de éxitos y fracasos. "hubo días felices" dice la operaria Cecilia Martinez. Años felices y momentos difíciles porque faltó el trabajo, pero eramos una familia bastante grande y ahora nos hemos acmcado: hay menos gente. Pero esperamos pasar estos momentos tan difíciles. Pensamos que si esta fábrica llega a cerrar, va a haber mucha miseria porque es una de las que está manteniendo al pueblo; hay muchas familias aquí adentro». 

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Las miles de piezas que lleva en su interior un piano requieren cientos de manos habilidosas, años de entrenamiento y una distribución del trabajo donde cada parte de este musical rompecabezas encaje perfectamente. Piezas entrelazadas, manos entrelazadas. Vidas que se han unido en una familiar e insólita fusión. Hay aquí padres que dirigen a sus hijos y más de veinte casamientos entre compañeros de trabajo. Para demostrarlo está Mirta Isaía, quien durante siete años armó parte del mecanismo del piano.
 
En esta tarea, que exige gran prolijidad y minuciosa atención, comparte junto a su padre el mismo amor por la madera e idénticas preocupaciones ligadas al futuro: «Soy hija de Itorencio Isaía, que es empleado y jefe de una sección de esta fábrica. Siempre me emocionó hacer este trabajo, que consiste en pegar los cinturones a esto, que son las nueces. Y me siento muy contenta cuando me entero que alguno de estos pianos está sonando en alguna parte del país o del mundo». El padre asiente y se toma su tiempo para agregar: «hace 39 años que estoy trabajando acá, toda una vida. Nos parece que son de mucha calidad los pianos que se elaboran en este humilde y desconocido pueblo, tan desconocido para la mayoría de los habitantes de la república. Ahora es una época difícil pero no sólo para nosotros, sino para todos. Esperamos que las cosas mejoren también para todos». Lo dice, y se calla. 

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En la fábrica de pianos «La Primera» se tiene la sensación de asistir a un hermoso juego que todos juegan en serio. Estos artesanos, de los cuales el país puede estar orgulloso, reciben madera, metales y cuero pero devuelven mucho más: la posibilidad de hacer música, el trabajo transformado en alegría y solidaridad. ¿Qué más puede pedirse de una tarea humana? ¿Hasta dónde se confunden artesanía, vida y oficio? Y especialmente, qué sienten quienes protagonizan esta aventura que ya lleva sus roza gantes 47 años?

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«Aquí principalmente se siente cariño. Y trabajo, por supuesto. Estamos nueve horas por día aquí, que sumadas dan muchas horas de trabajo y dedicación. Imagínese que yo entré aquí cuando tema quince años y siempre estuve en esta sección, así que esto yo lo quiero». Así habla Raúl Sella, que tiene 44 años y ya van para treinta de operario. Mientras sigue con su tarea, que parece infinita, Sella agrega que «hubo épocas peores, en las que hemos llegado a trabajar medio día. Alguna vez intenté buscar otro trabajo pero finalmente me quedé aquí, que es adonde está mi vida». 

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Mientras tanto, los pianos van tomando forma. Como si fuera una gran cinta de montaje, una sección agrega algo o finaliza lo que la anterior esbozó y dejó en borrador. Otras personas, con idéntico cariño al que pone Raúl Sella, marcarán las teclas, les pegarán una lámina de marfil y les darán un acabado perfecto para que otras manos sigan jugando sobre las blancas y las negras, recreando la magia de la música. No es poco lo que han hecho estos hombres sencillos y silenciosos. En tiempos mejores esta fábrica exportó pianos, piezas y otros componentes a Suiza, Italia, Venezuela, Perú, Ecuador y Paraguay. Una salida que hoy, por los avatares cambiarlos y el desaliento a las exportaciones practicado en los años del llamado «Proceso», causó estragos a esta y a otras industrias del país. 

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Ante este panorama tan desalentador para otros, no deja de llamar la atención que estos argentinos, artesanos dé la madera y el metal, sigan empeñados en hacer pianos. Que memoren una y otra vez sus inicios en el oficio.Que pregonen con orgullo las tareas indispensables para hacer nacer un instrumento después de 336 horas de trabajo, no pocas esperas y afanes. 

Partituras de esperanza. 

Mientras por sus ojos desfilan tallas y piezas de algarrobo, cedro, roble, pino Brasil, viraró, guatambú y palo blanco, el capataz Delio Juan Kinzel se devana el alma ante la disyuntiva de retirarse. Don Juan tiene 61 años y vivió 43 entre estas paredes, entre estas maderas que acunan una música desconocida todavía. «Lo recuerdo como si fuera hoy. Mi ingreso a esta fábrica fue un 7 de enero de 1943. Realmente para mi fue un sueño, y también el haberme realizado hasta el día de hoy. Esta fábrica ha tenido una lucha muy grande en su trabajo normal. Empecé desde las tareas más pequeñas hasta ser el hombre que hoy dirige la fabricación del piano. Realmente hubo muchos sinsabores y muchas cosas han pasado por mi mente en estos años: cosas buenas y cosas tristes, como cuando necesitábamos materia prima importada y no la podíamos conseguir. Sin embargo pudimos suplir muchas de esas mercaderías importadas y llegar a lo que hoy es tener nuestra fábrica». 

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Y mientras una operaria equilibra cada una de las teclas del piano, marcando el lugar exacto donde se colocarán contrapesos de plomo, en otro sitio un instrumento recién terminado se somete a un suplicio entre mecánico y sonoro: su paso por la máquina ablandadora, la que deja al teclado y sus cuerdas en condiciones de ser afinados y, desde luego, despachados. 

Herison Chiosso, encargado de terminación, comenta las interminables relaciones entre las familias de Pilar y esta institución. Pocas palabras alcanzan y sobran para adivinar toda la vida que crearon estos vínculos laborales: «Quizás nuestra familia es una de las que más ha dependido de la fábrica de pianos. Mi padre fue obrero aquí. Tuve dos hermanas solteras que han trabajado también en la fábrica. Y aquí mismo he tenido la oportunidad de conocer a mi compañera de toda la vida, que ha sido empleada y ahora es jubilada. Pero uno recapacita un poco y piensa que, quizá, el futuro de esta fábrica de pianos es sumamente incierto». 

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Si la fábrica llegara a cerrar, el país perdería la única artesanía existente en su tipo. Algo poco admisible desde la economía y la cultura. Y sobre todo considerando que esta mano de obra tan especializada es absolutamente irreemplazable y, en el caso de estos canosos artesanos, sumamente difícil de reubicar. ¿Adónde puede emigrar 
un carpintero con cuarenta años de oficio y sesenta de edad? ¿Dónde puede emplearse una persona especializada en tensar cuerdas de piano, afinarlas o calibrar el exacto golpeteo de las teclas? Pero estas preocupaciones pasan a segundo plano cuando la fábrica, como una gigantesca orquesta, se despliega para ejecutar su propia sinfonía. Es que tanto es el empeño que se deposita en cada manualidad, que por momentos el observador podría creer que el mundo ha logrado detener la marcha del tiempo: ni el reloj ni los apremios parecen sobresaltar a los armadores de pianos de «La Primera». 

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En la tranquilidad de la sala de afinación, Juan Carlos Kinzel templa el instrumento. Tres son sus herramientas de trabajo: sus manos, su oído especialmente entrenado y un pequeño diapasón que vibra en el sonido del la. Juan Carlos tiene 46 años y muchos de oficio. Como sus compañeros, tampoco se imagina a sí mismo haciendo otra cosa que ésta. Mientras entona una y otra vez el encordado, nos informa que cada piano debe afinarse muchas veces antes de su despacho. Porque la madera de su caja acústica, los metales del arpa, los paños de los apagadores y otras piezas ensambladas deben asentarse, aclimatarse, adaptarse a las formas que tantas manos le han brindado. Y recita, como dando una lección, algunas claves de vida y de trabajo: «La afinación es la sincronización de los sonidos, de la música. Se empieza la afinación con un diapasón que nos da la nota la, para después ir haciéndolo todo a oído. Se hace la repartición en el centro del piano, luego se desplaza a los bajos y finalmente a los tiples o agudos. La afinación del piano es como un buen vino: lleva su tiempo. Nosotros aquí en la fábrica le damos cinco o seis afinaciones, pero la última es en la casa de música o en el hogar. Yo tuve un gran maestro, el señor Elvio Weppler, maestro de maestros de afinadores. Hace 32 años que trabajo acá. Empecé haciendo el encordado del piano y hoy hace 24 años que hago la afinación. Y la hago con mucho cariño, con mucho amor, con toda la dedicación, porque quiero al piano. Me gusta, me gusta la música del piano. Tengo una vida, mi vida, dentro de la fábrica y quiera Dios que pueda llegar a jubilarme dentro de ella». 

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En otro lugar, dos hombres confeccionan los martillos que golpetearán las cuerdas. La tarea, que exige tiempo y paciencia, consiste en forrar con paño un listón de madera dura el cual se cortará en rodajas hasta formar los martillos, que serán más gruesos para las notas graves y más delgados para las agudas. 

Un pueblo en la fábrica. 

Los habitantes de Pilar se sienten orgullosos de su fábrica de pianos. No solamente porque el diez por ciento de su población de 4.000 habitantes trabaje, o haya trabajado alguna vez, en este establecimiento, o porque muchos artesanos pudieron independizarse y establecer pequeñas carpinterías. El orgullo de los habitantes de Pilar deviene de que la mayoría de los vecinos y de los mismos trabajadores de la planta, son accionistas y aportaron sus ahorros para capitalizar los primeros pasos de «La Primera» . Preciada virtud en una sociedad y en un tiempo donde el ahorro era una cualidad y no mero gesto de supervivencia. Donde el dinero era un instrumento de desarrollo y progreso y no un medio de especulación. Donde el crecimiento de las plantas, los avatares de las cosechas y otros temas productivos no eran reemplazados por Ia charla insulsa acerca de cotizaciones y tasas de interés.

1822

Testimonio y recuerdo de esa época es el operario Eusebio Nani: «Cuando estoy trabajando me viene a la memoria cómo se movilizó el pueblo en aquellos tiempos. Todos reaccionaron muy bien cuando se vendieron las acciones, incluso los de mucha plata. Veían que era una industria que tenia mucho porvenir. Pero esto se hizo grande al correr del tiempo, de los años. Mientras tanto estamos en el 86 y la fábricasigue funcionando perfectamente bien. Cuando llega el otoño y cumplo los años, justamente el 21 de marzo, me pongo a pensar en los otoños que he pasado aquí adentro, viviendo prácticamente la vida, la vida común que nosotros tenemos. Y vengo a la fábrica como si fuera mi casa. Y aunque las cosas no andan bien en el país, tengo una tranquilidad única y estoy siempre contento porque ya estamos radicados y éste es nuestro porvenir. 

Si fuéramos a otra parte no nos encontraríamos: aquí somos felices». Eusebio Nani tiene 43 años y nunca perdió 
la fe. Ni aun cuando las nubes oscurecían sus queridos otoños. Tal vez Nani y sus compañeros no conozcan la opinión de Nietzsche acerca del último fruto de sus desvelos: «Sin la música, la vida sería un error». Y poco importa porque el resultado está a la vista: estos hermosos artesanos, enamorados de su oficio, ayudan silenciosamente para que la vida no sea una equivocación. 

1920
Quizás alguien piense que ya no hay lugar para quimeras. Que los tiempos que corren vertiginosamente ya no dejan sitio para serenatas de piano, jovencitas que llevan su Hanon bajo el brazo o maestras de música que enseñan a cantar a los niños. Pero la cultura de un pueblo no pasa sólo por el reconocimiento de su geografía y de una historia a menudo cruel: también están la música y la poesía, los sueños y las fantasías. 

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Y mientras los obreros salen en algún atardecer de otoño, siempre habrá tiempo para que alguien recuerde las palabras de Ezequiel: Tomaré la copa de un alto cedro y la plantaré: de la punta de sus ramas tomaré un ramo y lo plantaré yo mismo en un monte muy alto y echará ramas y dará frutos y se hará un magnífico cedro y bajo él habitarán toda clase de pájaros y se secará el árbol verde y reverdecerá el árbol seco. 

Porque siempre la vida brotará. Y la música vencerá al silencio. 

CIERRE DEFINITIVO

El cierre definitivo según contó Cirilo Bertoni al Diario La Opinión, fue en el año 1992, dejando en claro que “se les pagó a todos los empleados”, sólo uno le inició juicio a la fábrica.
Un artículo del diario El Litoral (año 2000) escrito por Gabriela Redero avala el testimonio de Cirilo que dejó de funcionar en 1992 y especifica que fue en el mes de marzo. "Por mala administración -asegura Herison (Chiosso)-. Mientras estuvo la gente que la creó se cuidaron todos los detalles de la fabricación, pero después, cuando se transfirió la mayor parte de las acciones a una firma nacional -Burmeister-Lamberghini-, ellos pusieron al frente de la fábrica a gente que no conocía el tema y desmejoraron la calidad del instrumento". “El último dueño era de Buenos Aires. Después de mantenerla un tiempo en agonía, decidió cerrar sus puertas. Hoy, aquella fábrica que representara a la Pilar espléndida yace bajo un férreo silencio pueblerino.”

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Y así fue desmantelada una de las máximas glorias de la comunidad pilarense. El motivo detonante, según Cirilo Bertoni, fue la idea, a comienzo de los 90, de sustituir la producción local de pianos por otra traída de Rusia. Con una calidad sumamente inferior a la que tenían los eximios pianos de La Primera. Una “maniobra” que no tuvo el éxito esperado.

En el presente quien visite Pilar podrá observar que se conserva gran parte de la estructura donde funcionaba la fábrica, dentro de la Gran Manzana podemos hoy encontrar 2 fábricas (con 35 y 23 puestos de trabajo respectivamente), un taller de mecánica agrícola, un estacionamiento de un supermercado, una verdulería, y una decena de casas familiares, algunas nuevas y otras erguidas sobre los mismos ladrillos donde supieron estar las oficinas administrativas de La Primera. Alrededor de este paisaje, miles de testimonios dispersos de pilarenses que, todavía atónitos, recuerdan con gran nostalgia la épica de LA PRIMER FÁBRICA DE PIANOS DEL PAÍS Y SUDAMÉRICA.
 

NOTA: esta publicación fue descubierta en formato digital en ARCHIVE.ORG un sitio web que se encarga de digitalizar archivos y notas periodísticas del mundo. Esta nota, había sido parte de 100 fascículos en formato papel que había lanzado HISTORIAS DE LA ARGENTINA SECRETA, a mediados de la década del 80. 

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HISTORIAS DE LA ARGENTINA SECRETA, fue un verdadero clásico de la televisión argentina, que recorría el país en busca de historias acerca de sus pobladores. Historias de la Argentina secreta ganó seis premios Martín Fierro y dos galardones Konex, además de las distinciones Santa Clara de Asís, Fund TV a la trayectoria, más otras distinciones en el país y el exterior. 

Pueden visualizar o descargar este tomo digital HACIENDO CLICK AQUÍ



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