
Finalizados los trabajos en calles Malvinas Argentinas y Mendoza, la Comuna de Pilar comenzó hoy los trabajos frente al CAPS Barrio Norte.
La emotiva historia de Antonio, el zapatero que le confeccionó un par de zapatos al Papa Francisco, conmueve al mundo tras su partida.
LOCALES28/04/2025En medio del dolor que dejó el reciente fallecimiento del Papa Francisco, una historia nacida en Pilar, Santa Fe, renueva la fe y la emoción en miles de corazones. Desde Info Mercury rescatamos y difundimos el relato de Claudio Chiuchquievich, quien días atrás compartió en sus redes sociales una conmovedora anécdota que rápidamente se hizo viral: la historia de su padre, Antonio Chiuchquievich, el pilarense que soñó con Francisco y le cumplió una promesa de gratitud.
Antonio, nacido y criado en una casa de calle Rivadavia, detrás del club Atlético Pilar, emigró a Santa Fe Capital a sus 25 años buscando nuevos horizontes laborales. Allí, como zapatero ortopédico y luego como fundador de una ortopedia, dedicó su vida a mejorar la de otros. Pero fue a los 80 años, tras una dura operación de cáncer intestinal, cuando su vida tomaría un giro espiritual inesperado.
La noche anterior a su cirugía, Antonio soñó con el Papa Francisco. En ese sueño, el Sumo Pontífice lo tranquilizaba: todo saldría bien. Aquel mensaje onírico no solo le devolvió la esperanza, sino que marcó un propósito que lo acompañaría hasta sus últimos días: como muestra de gratitud, quería hacerle un par de zapatos al Papa, como solo él sabía hacerlo, con amor y dedicación.
La travesía para cumplir su deseo fue casi épica. Escribió una carta de puño y letra contando su vida de esfuerzo y su sueño de agradecer a Francisco. A través de una serie de casualidades que parecen guiadas por algo superior, la carta llegó a manos del propio Papa gracias a un sacerdote destinado en el Vaticano. Tiempo después, la respuesta llegó: Francisco no solo agradeció emocionado, sino que envió sus medidas y un par de zapatos usados para que Antonio pudiera confeccionar un nuevo par.
Cumpliendo su promesa, el querido Antonio reparó amorosamente los zapatos viejos y fabricó un par nuevo, que volvió a Roma como símbolo de fe, humanidad y gratitud silenciosa.
El Polaco —como lo apodaban— guardó esta historia en silencio por años, por humildad, por respeto. No buscó gloria, solo cumplir su palabra. Y ahora, tras la partida de Antonio el 25 de febrero, y la reciente muerte de Francisco, su hijo Claudio decidió que era hora de compartirla con el mundo.
Esta historia, tan real como increíble, nos recuerda que los milagros también habitan en los gestos humanos. Antonio, el zapatero de Pilar, el hombre que soñó con Francisco, hoy es parte eterna de esa conmovedora conexión entre el cielo y la tierra.
Les dejamos el relato completo de su hijo Claudio:
Polaroid: “Los zapatos del Papa”.
Les voy a contar una historia. Ahora que ya no están en este mundo las dos personas que la hicieron real, me permito hacerlo. Antes no pude por expreso pedido de papá.
A los 80 años, mi Viejo fue operado de un cáncer intestinal. Después de tres meses en los que bajó más de 20 kilos y luego de los estudios que le diagnosticaron su estado, fue operado el 14 de agosto de 2014.
El día anterior mi madre cumplió 75 años.
La noche antes de ser operado, el Viejo soñó con el Papa y nos contó como una infidencia antes de ingresar al quirófano que en ese sueño Francisco le dijo que se quede tranquilo, que todo iba a salir bien.
Y si bien su diagnóstico implicaba que después de ser operado tendría que vivir con un ano contra natura, el médico que lo intervino para sacarle un tumor de 7 centímetros se “apiadó” de una persona de 80 y evitó esa secuela que por protocolo debía realizar.
Papá no quería morirse porque decía que aún tenía muchas cosas por hacer. Y vaya que lo demostró yendo cada día a laburar al taller. En los siete años siguientes llamó a cada uno de sus pacientes históricos para ponerse a disposición y confeccionarle a cada uno dos pares de calzados porque ya no sabía hasta cuándo podría trabajar.
Y ese sueño que tuvo con el Papa lo tranquilizó. Lo hizo sentirse protegido.
Después de su operación, papá sintió tenía una deuda que saldar con Francisco. Y cuando se enteró que tenía una pierna más corta como secuela de una operación de cadera, inmediatamente encontró el modo de ofrecer su gratitud: su oficio de zapatero, que por años le permitió a tantas personas con secuelas de polio ayudarles a aprender a caminar, le permitiría ofrendarle a Francisco su trabajo.
De allí en más, la idea de hacerle un par de zapatos al Papa fue una obsesión que buscó los modos de hacer realidad.
Cómo llegar al Papa fue el primer escollo que habría que sortear.
Decidió escribirle una carta. Y nos pidió ayuda a mi hermana y a mí para redactarla porque él no se sentía capaz.
En un primer momento, en esos 40 días de recuperación que le llevó volver conmigo a la fábrica, pensé que su idea se iría desvaneciendo en el tiempo; pero con el paso de los días fui comprobando no descansaría hasta hacer de su anhelo una verdad.
Adriana supo acompañar a papá en su deseo y lo guió para que sea él mismo quien escribiera de puño y letra el sentir en palabras para transmitirle a Francisco quería hacerle una ofrenda para saldar la deuda que sentía tener con él del único modo que sabía podía hacerla real: con su oficio.
Así fue que le compartió en esa carta la historia de su vida, de las necesidades de su hogar que lo hicieron empezar a trabajar a los 10 años, que lo hizo en una fábrica de calzados en el pueblo al que con su madre fueron a vivir cuando ella consiguió un trabajo fijo como enfermera del Hospital de Pilar e hizo se mudaran de su Rafaela natal.
También le transmitió que haber aprendido ese oficio le permitió ganarse la vida y que al venirse a los 25 años a Santa Fe para instalar un taller de compostura en un garaje que le prestaron sus tíos y alguna vez realizó un trabajo para una persona con problemas en los pies que no le permitía conseguir un calzado. Al enterarse de su trabajo, otra persona le hizo saber que en el Hospital Vera Candioti -al que iban a atenderse pacientes que habían tenido secuelas de polio- necesitaban una persona que con su oficio permitiera a esas personas poder caminar. Así comenzó a hacer zapatos a medida para personas con pies deformados que no conseguían calzados. Y que luego de un par de años decidió fundar una ortopedia que fabricaba zapatos a medida y correctores para quien los pudiera necesitar.
En esa carta le contó de su sueño la noche antes de ser operado y que esas palabras le dieron fuerza y serenidad. Y aunque le aclaró que si bien era católico no era de ir jamás a la Iglesia, sentía que hacerle un par de zapatos era el modo que encontraba de mostrar su gratitud por la protección que sintió de su parte.
Después de escribir la carta comenzó la odisea de averiguar cómo hacérsela llegar.
Le pidió a mamá que averiguara en la Iglesia quién podría ayudarlo en esa tarea. La Vieja habló con un diácono que le dijo que se la mandara por correo, que Francisco recibía correspondencia y la leía, que allí estaban los ejemplos de los llamados telefónicos que había hecho a quienes a él habían acudido para expresarle su amor y necesidad.
El Viejo sentía que mandarle una carta por correo era como tirar una botella con un mensaje cifrado al mar… y si bien yo coincidía en su escepticismo en el resultado de ese intento, luego de varios días de espera, decidí sacarle una fotocopia a su carta para guardarme una copia y enviar el original que me entregó un domingo cuando con ellos fui a almorzar.
Durante toda la semana me preguntó si la había llevado al correo y le dije que no había podido hacerlo por falta de tiempo. Le comenté a Manuela -mi afecto más especial- que trabajaba conmigo en el local comercial, la historia y la insistencia de papá. Manuela quedó asombrada y se lo compartió a su madre. Andrea le dijo que por qué no me comunicaba con Claudia que tenía un hermano cura que estaba destinado en el Vaticano.
Hablé con Andrea, me pasó el teléfono de Claudia y la llamé. Le conté la historia y me dijo que le lleve la carta, que su hermano estaba en Santa Fe y esa noche viajaba a Buenos Aires para volar al día siguiente a Roma. Que con gusto su hermano le entregaría en mano la carta a Francisco.
Yo, que jamás creí en los milagros, sentí que el cosmos se había configurado de un modo tal que por primera vez dudé de mi agnosticismo y secularidad.
Sin perder tiempo me fui ese lunes a almorzar con mamá y papá para contarles esto y de allí me tomé el 16 para dejarle a Claudia la carta de papá. En su casa estaba su hermano, a quien pude agradecer su gesto y amabilidad.
En ella le hacía saber que para hacer el trabajo el Viejo necesitaba que alguien le tome las medidas del pie, le indicaba por escrito cómo hacerlo y, si estaba dentro de sus posibilidades, le enviara un calzado usado para que él pudiera descifrar con qué horma hacer el calzado. Le expliqué todo eso al Padre Ruiz. Me dijo que le haría saber a Francisco lo que le acababa de contar.
Pasaban los días y no había respuesta desde Roma.
Del escepticismo inicial de enviar una carta por correo a la alegría de encontrar quien la entregara en mano, los estados de ánimo mutaron con el correr de los días.
La impaciencia del Viejo se hacía notar: “Tenés novedades del cura?”, me preguntaba casi a diario. Yo le respondía que aún era pronto, que se quedara tranquilo, que la carta seguro había llegado a manos de Francisco y la respuesta ya iba a llegar. Él, en silencio, mascullaba su incredulidad.
Meses después me llamó Claudia para decirme que su hermano estaba en Santa Fe y había traído lo que papá le pidió. Que pasara por su casa a buscar lo que trajo.
Francisco no sólo había mandado la toma de las medidas que papá le solicitó, sino también un viejo par de zapatos para que pudiera trabajar como se lo pidió.
Pero eso no era todo: en la caja con el envío también venían estampitas de Francisco, un Rosario bendecido y una carta de puño y letra de Francisco para el Viejo.
En ella le dijo:
“Vaticano, 14 de abril de 2019.
Sr Antonio Chiuchquievich:
Muchas gracias por la carta del 31 de marzo. Quedé emocionado al leerla. Me da gusto saber que, a su edad, siga entusiasmado con su trabajo y su deseo de hacer el bien.
Con gusto le haré llegar las medidas en cuanto encuentre a alguien que viaje para allá.
Le deseo una santa y feliz Pascua. Que Jesús lo bendiga y la Virgen Santa lo cuide, y por favor no se olvide de rezar por mí.
Fraternalmente, Francisco”
La emoción se hizo carne en el Polaco al leerla.
Ese domingo le cambió el humor.
Al día siguiente ya estaba en la fábrica cumpliendo con su palabra.
No sólo le hizo un par de zapatos, sino que también le dejó como nuevos los zapatos viejos que Francisco le había mandado. En una semana se dedicó exclusivamente a hacer ese trabajo para que el Padre pudiera llevarlos al Vaticano luego de visitar a su madre y familia.
Yo solía compartir esta historia a mis amistades y me preguntaban por qué no la escribía. Que era maravillosa y debía darse a conocer.
Le pregunté a papá qué le parecía la idea y también por qué era reacio de contarla él mismo.
Me respondió que él no había hecho todo esto para divulgarlo sino tan sólo por gratitud. Que era lo que él sentía debía hacer. Y, además, si él la contaba no iba faltar el boludo que creyera que lo hacía para darse dique o hacerse el importante.
Por eso guardé en silencio esta historia todo este tiempo.
Papá se fue el 25 de febrero. La última vez que se levantó de la cama a la silla de ruedas para recibir a mamá cuando lo visitamos en el Hogar donde eligió pasar sus últimos dos años y medio de vida fue el viernes 14 de febrero, el día que internaron a Francisco. Al día siguiente ya no quiso comer ni beber más.
Ayer, 55 días después, partió Francisco.
Por eso hoy, que ambos ya alcanzaron la inmortalidad, me permito compartir esta historia que mantuve en silencio por respeto.
Y porque a diferencia de la película “Las sandalias del pescador” que protagonizó Anthony Quinn y vi en mi infancia, esta historia que les comparto -tan inverosímil como aquella- pareciera no serlo… pero es real.
Me convida a pensar que quizás nos permita comprender que el milagro o aceptar lo divino pueda ser tan sólo un gesto de humanidad.
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